martes, 3 de enero de 2012

Un cuento en donde caer muerto.

Caminar por las calles que ya no existen, las de los tiempos aquellos; esas calles que describen los antiguos pergaminos con todo el sentimiento de los que allí anduvieron, vivieron y escribieron... Esas calles por las que tropieza la imaginación del lector actual una y otra vez, las que la industrialización cosmopolita arruinó y las que añora un viejo anciano en su morada de pétalos, de unos tantos y muchos años de convivencia consigo y el viento, que sigue oyendo los carruajes y caballos, ruido grabado eternamente en la delicada memoria del hálito que pasea por todas sus extremidades y sus escondidos sentidos llevando al anciano aquellos recuerdos.

¡Oíd los cañones! Ya llegarán sus tiempos nuevamente, y acabarán con el hastío que produjisteis a mis tierras -susurró con su débil voz a los vientos que soplaban, dirigiéndose a la sociedad. ¡Oíd! Oíd el furor de los guerreros que vendrán a humillar sus máquinas con la fuerza natural de sus lanzas y espadas, con la fuerza del cólera en punta de espada que os sembrasteis al pueblo, que no habrá escudo útil ante semejantes golpes de venganza. 

Luchad por mí, guerrero, por la naturaleza, con los cuatro elementos. Limpiad las sociedades y dibujadme otra vez mis calles, mis veredas que, ahora, solo se encuentra en los cuentos de hadas, en los testamentos que dejaron los que, en tinta, plasmaron su época con sus ríos y praderas. Hazme pergamino y forja aquí tu historia. Hoy, hoy quiero ser cuento, con mis viejas calles de piedra, de las que solo quedan vagos recuerdos que me trae el siempre amigable viento. Pasea mi cuerpo hecho hoja y hazme cuento, guerrero, hazme también un guerrero como tú y lucharé contigo desde la muerte; pues, la tinta que derrame tu espada sobre mi piel me hará pervivir y luchar, con tu sangre, para cambiar lo que estos deplorables seres ahora llaman mundo.

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