Hoy me levanté con ganas de
recorrer otro camino distinto al aburrido y rutinario que tomo todos los días
para ir a la universidad. Como tenía parcial salí de casa repasando las
lecturas para el examen y olvidé esa extraña idea de tomar un camino diferente;
salí a la misma hora, tomé el tren de la misma hora en el vagón de costumbre y
llegué a la universidad a la hora habitual inmerso en las líneas mentales sobre
evolución. Sin embargo, al terminar las clases, ya en hora de almuerzo, mis
compañeros y yo nos dispusimos ir al comedor, y al tomar mi comida (que no llegué
a degustar) recordé esa pendeja idea de caminar nuevos caminos; entonces fue
cuando, de manera muy extraña, me acerqué y le hablé a una hermosa muchacha que
estaba sentada junto a su también hermosa amiga, Saray, se llama, el nombre de
su amiga no lo recuerdo porque estaba nervioso y embelesado como cualquiera
que, de pronto, elige un nuevo rumbo.
Saray me miró cual persona
que mira a un lunático e intentó, en su desconcierto, deshacerse de mí rápidamente
y lo logró impecablemente. Sin habernos obsequiado otra cosa más que la
pronunciación de nuestros nombres (aunque una manera más correcta de ver las
cosas es: que yo le obsequié el mío y le hurté el suyo), me marché.
Después de abandonar a las
chicas me dispuse ir a investigar sobre aquel rollo climático en el que llevo
ya un ratito por allá en el centro de la ciudad y me propuse además llegar
hasta allá siguiendo el nuevo camino: regalé mi comida a un simpático señor de
la calle que al recibirla se alegró mucho y sonriendo me agradeció unas tres veces
entre gesticulaciones y guiños mientras me alejaba siguiendo mi camino, su cara
fue lo mejor del día. Tomé el camino más largo hasta el tren, caminé las calles
como si paseara por mi lugar favorito en el mundo y sonreía como si el cielo me
estuviese contando chistes.
Hoy no caminé una calle que
no había caminado antes, pero hoy las calles de antes las viví, percibí y
recorrí distinto; el nuevo era yo y de esa manera hice nueva las calles y los
encuentros; vencí con pequeñas cosas la rutina monótona e inexorable: gracias
por eludirme, Saray. Gracias por sonreírme señor de la calle. Gracias por
hacerme reír, cielo.